
La oportunidad pudo ser para las ratas
Poca información queda de la investigación realizada por Luisa Fernanda Méndez Pardo, entre diversos intereses y situaciones que no son objeto de este artículo sus resultados simplemente desaparecieron. A pesar de ello vale la pena recuperar la mayoría de detalles de su investigación en el uso de ratas para la detección de minas antipersonal (MAP).
La ciencia se alimenta de experiencias de mucha gente alrededor del mundo, de resultados favorables y de otros no tan buenos. Sin embargo, se basa en resultados, datos, procedimientos, artículos, experimentos reproducibles. En este caso quedan solo algunos indicios de lo que fue una investigación interesante, de las más innovadoras en el país, que dejó un precedente de los avances científicos logrados en el tema de detección de minas antipersonal (MAP) con animales.
Luisa Fernanda Méndez Pardo es médica veterinaria de la Universidad de La Salle, especialista en conducta. Desde antes de graduarse del pregrado ya trabajaba entrenando perros de búsqueda y rescate, su tesis fue enfocada en perros de trabajo. Con la Cruz Roja determinó problemas de conducta en esos animales, que son diferentes a los problemas que tiene un perro que está encerrado, que no tiene mayor obligación en la vida que levantarse y comer, como las mascotas, “pues estos animales que están en ejercicio mental todo el tiempo, tienen otra serie de problemas y lo que se hizo fue la estandarización de los problemas de comportamiento”, explica Luisa Méndez.
Por un requisito para que le valieran su tesis debía contar con 120 perros en su estudio, la Policía era la única institución que contaba con esa cantidad de animales en una sola ciudad. Además de ellos, Luisa incluyó en su estudio perros de la Cruz Roja y de la Defensa Civil. Ese trabajo le dió a la doctora Luisa una tesis laureada, por lo que la policía la invitó a seguir trabajando con ellos en la parte de docencia e investigación en conducta, allí comenzó a desarrollar programas de entrenamiento para caballos y perros.
La necesidad, el llamado
En el 2002, un año después de que Luisa Méndez empezara a trabajar con la Policía, se dió un momento coyuntural dentro y fuera de esa institución.
Comienza el primer mandato del ex presidente Álvaro Uribe con la política de combatir a los grupos al margen de la ley para lo que necesitaban acceder a zonas del país contaminadas por MAP con una estrategia efectiva para el desminado que no pusiera en riesgo tantos perros. La segunda coyuntura que según la doctora Méndez hizo posible que su proyecto fuera apoyado, fue que empezó a “funcionar el sistema penal de justicia actual”, explica la doctora Luisa, dónde el policía tiene que ser un profesional en su área. De acuerdo al decreto 1791 de 2000 en su artículo 14 instituye que la actividad policial es una profesión y como tal sólo podrá ser ejercida por personas que acrediten títulos de idoneidad profesional, expedidos por los respectivos centros de educación policial y reconocidos por el Gobierno según normas vigentes. Entonces, las escuelas de policía se transforman en universidades técnicas y tecnológicas y para ese momento, según Luisa: “el talón de Aquiles de la policía era la investigación. Ellos (la policía) no tenían profesionales adentro en un número importante para hacer esto. Por ejemplo, la armada sí los tenía y tienen un trabajo importante en ciencia, el ejército incluso con los ingenieros. Pero la policía no tenía intención de investigación, algo en la parte criminal y en comportamiento criminal desde inteligencia, pero más gente haciendo investigación, no”, recuerda Luisa Méndez.
En este ambiente de situaciones especiales la doctora Luisa recibió la orden de innovar para el desminado y más específicamente ella recuerda que le dijeron: “necesitamos algo que sea mucho más efectivo que los perros”. Luisa Méndez relata que en esa época los grupos ilegales empezaron a utilizar los sistemas de arrastre “entonces claro, el perro detecta el lugar dónde está la mina, pero mientras llegaba se enredaba en la cuerda y activaba el sistema, entonces empezamos a tener bajas de perros y como la mina va con metralla había también heridos”, explica Méndez. Luego de la orden del coronel Cifuentes, de buscar algo más seguro, Luisa dedicó dos años a revisar artículos que reportaran posibles especies adecuadas para el trabajo.
Comenzó a estudiar aves pero daban un contorno amplio de dónde podía estar la mina. También consultó culebras y cerdos “pero pesan más que el perro ¿y cómo lo haces caminar detrás tuyo por la montaña?”, argumenta Luisa Méndez. Se dió cuenta que los más fáciles de entrenar eran los roedores. Se contactó con un proyecto de ratas gigantes en África pero posteriormente lo descartó porque no servía traer animales que no eran propios de Colombia.
Por lo que enfocó su trabajo en la especie Rattus Norvegicus o la rata blanca de laboratorio que es parecida a la Rattus Rattus o rata común, aunque la rata blanca de laboratorio no es una especie propia del país difícilmente se mezcla con la rata común. Entonces, si por algún riesgo se perdían animales en campo abierto serían muy susceptibles a ser comida y muy poco probable que se reprodujeran.
Una vez se decidió con cuál especie trabajar, comenzaron los retos, “ahora ¿cómo le enseñas a una rata que ha nacido encerrada en una jaula, en un bioterio a que camine por escenarios en los que hay gatos? porque la rata por naturaleza le huye a los corredores en los que hay olor a felinos. ¿Cómo la haces menos agorafóbica para que no camine por los bordes, sino que camine por la mitad y haga rastreos y demás?”, explica Luisa Méndez.
Las ratas como una esperanza en el desminado
Las ratas pueden generar muchas cosas: miedo, asco, repulsión. Pero al coronel Nelson Ramírez le causaban escepticismo y curiosidad, “me decía: mire, yo me siento y miro las ratas y no le creo todavía, las veo desminar y no le creo. Yo creo que usted tiene entrenado un par de animales para hacer esto pero no creo que pueda masificarse. Yo le decía: pero es que esta no es la misma que vió usted hace dos meses. El coronel contestaba:¿En serio? pero todas son blancas”, cuenta Luisa Méndez.
Entonces, para poner a prueba lo que la doctora Luisa decía, el coronel marcaba las ratas a ver si era cierto que no se usaba la misma para todas las demostraciones. Iba cada 15 días a cualquier hora del día al laboratorio y le pedía a Luisa que sacara alguna rata al azar para que buscara artefactos que él mismo elegía dónde esconder, incluso si él exigía que el compuesto explosivo se pusiera en un árbol, debajo de una piedra o que se le sembrara un árbol encima, se hacía y allá llegaba la rata. “Realmente pusimos la mina y sembramos un árbol encima a ver si la rata la encontraba y la rata le daba vueltas al árbol. Entonces sí, sí la encontró”, recuerda Méndez.
Y así este hombre visionario reconoció necesario apoyar el proceso de investigación, el coronel Nelson Ramírez asignó personal para que trabajara con Luisa Méndez y le entregó el laboratorio. También recibieron financiación directamente desde el Ministerio de Defensa.
En ese momento la investigación cobró fuerza y la doctora Luisa participó en un primer congreso internacional, el Congreso Latinoamericano de Psicología en la ciudad de México, seguramente se preguntará ¿qué tiene que ver la psicología con el entrenamiento de ratas para desminado?, la doctora Méndez durante muchos años había trabajado voluntariamente en el laboratorio de conducta de la Universidad Nacional. En psicología la conducta se estudia con ratas y Luisa había aprendido demasiado de doctores y profesores, “dos personajes maravillosos fueron el profesor Aristóbulo y el profesor Andrés Pérez que fueron bárbaros en ayudarme, en guiarme, en orientarme, doctor Germán también”, reconoce Luisa Méndez. Así que con esta experiencia, en cuánto se obtuvieron resultados científicos de la investigación con las ratas ella decidió presentarlos en ese congreso académico.
El hecho de que una institución de policía latinoamericana presentara un proyecto de investigación a la altura de las grandes universidades de la región no pasó desapercibido, mucha gente estuvo pendiente del proyecto e incluso la Universidad de Buenos Aires (UBA) que, según cuenta Luisa Méndez, se quedó sin cupo para un póster pensaba llegar a quitarle el lugar al proyecto de desminado con ratas, porque consideraban que el proceso de selección se había equivocado y que “no era posible que en un congreso de psicólogos, una veterinaria con especialización en conducta tuviera un punto de poster y no lo tuviera la UBA”, recuerda Méndez. Debido a todo el alboroto formado, los organizadores reevaluaron el proyecto, corriendo con los gastos y el resultado fue que efectivamente el proyecto cumplía con todos los requisitos para participar en el evento “entonces, me quedo con el puesto. Es uno de los puestos más visitados del Congreso, al punto que me dicen que si quiero hacer una ponencia abierta y se llena el salón”, cuenta Luisa Méndez.
Mirando hacia atrás, la doctora Méndez le agradece a la UBA todo lo que sucedió porque cuando volvió del congreso el proyecto tenía reconocimiento, “empieza Argentina a llamarnos, Brasil a llamarnos, las revistas indexadas a permitirnos la publicación”, cuenta Luisa.
Es así como surgen dos grandes posibilidades de reconocimiento, una académica y otra mediática. Mucha gente comenzó a visitar el laboratorio, incluso personas de otros países y las ratas que ya podían salir a campo estuvieron hasta en Muy Buenos Días, un programa matutino donde “hasta en su momento Jota Marío cargó las ratas. Nos servía como ejercicio que las tocaran, que la gente las viera. Pero las ratas que estaban en proceso de entrenamiento eran animales de laboratorio que no podían salir”, comenta Luisa Méndez.
Para el reconocimiento académico comenzaron a sentirse las falencias de no pertenecer a una institución de educación superior regular, para la doctora Luisa era difícil no tener personal de apoyo adecuado, un patrullero no podía seguir siendo el auxiliar de laboratorio sin una formación para ello. Al muchacho, que en ese momento ya llevaba 2 años de trabajo en el laboratorio, le ofrecieron una beca en Argentina que por diversas razones no pudo aceptar. Adicionalmente, era difícil mantener el proceso de investigación en un laboratorio que era visitado constantemente sin ningún protocolo y aunque la doctora Méndez lo intentó, no logró el aislamiento necesario para el estudio, “empiezo a ponerle estándares, estándares de laboratorio. Entonces no que pena no puede entrar sin polainas, no puede entrar sin gorro, no las puede tocar, no puede tomar fotos”, recuerda Méndez. Sin embargo, esto no fue suficiente y se dió prioridad al reconocimiento mediático.
Lo que se alcanzó a saber sobre las ratas para detección de minas antipersonal
Las Rattus Norvegicus o ratas blancas de laboratorio tenían la ventaja de ser demasiado livianas para no activar los explosivos al pasar sobre ellos. A diferencia de los perros, las ratas trabajan en equipo “puedes tener sueltas 200 al tiempo, cada una va a hacer su trabajo, entonces son banderas biológicas en campo”, explica la doctora Méndez. Al encontrar la mina la rata se para y así se puede ver el lugar de dónde está saliendo el olor del explosivo, “el perro te da un área de aproximadamente 1,25 metros a la redonda en los que tú puedes pisar la mina o incluso el mismo perro, mientras que la rata se podía parar justo encima”, explica la doctora Luisa.
De acuerdo con Luisa Méndez, entrenar y usar ratas en pruebas en campo abierto era mucho más económico que usar perros, “con lo que le das de comer a un perro en un día le das de comer a seis ratas en una semana, los costos veterinarios son menores, los costos de reproducción son menores”, explica la doctora Méndez. El proceso de entrenamiento de los perros es individual, cada perro tiene unas características específicas, según la veterinaria Luisa de una camada de perros no todos logran ser entrenados y luego servir en campo. Por ejemplo, “ el estado asume una camada de 9 cachorros, que yo lo trabajé en la escuela de guía, yo estuve a cargo de esos programas. Nacen 9 perros y de esos 9 perros funcionan 2, 3 como para no perder la plata. Además no hay un comercio de perros de trabajo, realmente de perros de trabajo en el país, entonces toca traerlos de España, Holanda, de Europa. Comprar perros le sale súper caro al estado, reproducirlos no es tan seguro y también sale costoso”, argumenta Méndez.
Mientras que al contrario con las ratas, de una camada de 12 a veces era una la que no servía para detectar explosivos y principalmente por problemas más biológicos que conductuales o de entrenamiento, “había muchas camadas que el 100% de las ratas servía”, recuerda Luisa Méndez. Entonces, los costos para el estado dónde se hubiera implementado el proceso serían mucho menores. Según la doctora Luisa cuando el perro nace hay que esperar que tenga entre 6 y 8 meses para empezar a entrenarlo, también explica que “la vida útil de un perro de trabajo no supera los diez años precisamente por el desgaste fisiológico, por la subida y bajada de pisos térmicos. Con las ratas a la tercera semana ya están activas, si bien no duran sino tres años la vejez no es tan evidente como la del perro, no tienen un desgaste fisiológico tan alto. El tiempo de vida útil del perro es cerca del 68% o 72% del total de su vida, mientras que para las ratas es del ochenta y pico”, explica Luisa Méndez.
Otro punto importante a resaltar es que los perros presentan algunas dificultades en campo, por ejemplo “ si el perro está en Cartagena y luego lo subes a que trabaje en la Sierra Nevada ya se descompensa, las ratas tienen sistemas de compensación mucho más rápidos”, argumenta la doctora Luisa. Además con las ratas no se crean vínculos afectivos tan grandes como para que el animal tuviera un comportamiento problemático si cambia de guías.
Para la investigación se compró un equipo que daba las medidas exactas de los tiempos que se demoraban los animales en hacer la detección y en relación con estos datos, Luisa Méndez obtuvo uno de los más grandes resultados de su investigación: las ratas mamás les enseñaban a sus hijos a hacer detección del componente explosivo, “el trabajo fuerte fueron las dos primeras generaciones, se hizo el comparativo del tiempo de aprendizaje de los roedores cuando nosotros les enseñábamos el sistema y cuándo la mamá empezaba a enseñarles a hacer detección sobre la tercera semana”, recuerda la doctora Méndez. Estas observaciones demostraron que se reducía en un 83% el tiempo de entrenamiento de las ratas y se podía verificar gracias al equipo que les mostraba los datos para comparar, se hicieron réplicas y se comprobó que sí se reducía en un 83% el tiempo de entrenamiento porque las ratas aprendían más rápido de sus mamás, así como aprenden conductas de aseo, “¿por qué la rata puede vivir en la basura y no enfermarse? - porque tiene pautas de aseo muy estrictas que las aprenden los hijos de la madre, como lavarse las manos antes de comer, seleccionar la basura y no caminar por todas partes”-, explica la doctora Méndez.
En cuánto al trabajo en campo, las ratas se entrenan para trabajar en cuadrantes que van aumentando de tamaño. Ellas empezaban trabajando en un metro cuadrado, luego pasaban a cinco metros cuadrados, a diez metros cuadrados y a 120 metros cuadrados. También se va aumentando el número de ratas, comienza una sola y a medida que se aumenta el tamaño del campo se puede aumentar la cantidad de animales, “nosotros llegamos al marco de 20 metros cuadrados, que era un marco apto según los protocolos de desminado”, explica Luisa Méndez.
Mientras realizaban las pruebas en campo controlado observaron que la rata iba caminando por la mitad y de pronto se pegaba a una esquina “entonces, empezamos a grabar por las noches qué pasaba. Resulta que la escuela de postgrados tiene una gran cantidad de gatos que deambulaban en la noche y nos dimos cuenta que dónde la rata hacía quiebre y se escondía eran los lugares que eran corredores nocturnos de los gatos, entonces lo que nos tocaba hacer era que no los vieran como enemigos”, recuerda la doctora Méndez. Para esto era necesario enseñarles a las ratas desde muy chiquitas al gato, eso tenía que ocurrir desde su tercera semana de nacida e igual era necesario destetar al gato tempranamente para “hacer el proceso de entrenamiento y socializarlo con las ratas”, explica la doctora Luisa. Así aparece Tomás, el gato del laboratorio que observaba a las ratas mientras hacían rastreo frente a él, “cuando salíamos del laboratorio Tomás salía detrás de nosotros, él salía del laboratorio cuando salíamos con las ratas”, recuerda Méndez.
Con los datos obtenidos, la doctora Luisa realizó comparaciones no solo con los perros si no también con los detectores que en ese momento se tenían en servicio, demostrando que los dispositivos biológicos eran la mejor alternativa para la detección de minas antipersonal en campo real, “el perro hace rastreos por encima del 70% de efectividad, las máquinas están alrededor del 50%-60%. Con las ratas se llegó al 93% de efectividad”, argumenta Méndez.
Aprovechando los reportes que tenían de desminado en la policía, las pruebas de campo controlado las hicieron con las condiciones que demandaba el terreno real. Realizaron pruebas sembrando los explosivos inactivos desde los 15 centímetros hasta más o menos un metro bajo tierra, “los 15 centímetros es la medida para la mina normal de jeringa, la que tiene la jeringa afuera y al pisarla se inyecta el contenido. La medida de más o menos el metro eran para las minas de extracción, con esas teníamos un poquito menos de aciertos con las ratas”, recuerda la doctora Méndez. También se hicieron ensayos con minas de hasta 6 meses de sembradas y con otras colgadas a dos metros.
Otro tipo de pruebas muy relevante para la investigación, fue la variación del explosivo que las ratas debían ubicar. Basados en los reportes de desminado usaron varios y mezclas caseras, “ integraron al grupo a un explosivista y él armaba dispositivos y armaba mezclas y probaba que las mezclas funcionaran y después las guardamos y las enterramos”, recuerda Luisa Méndez.
Este proceso en campo controlado se alcanzó a realizar, ya seguía la fase de hacer pruebas en campo abierto real, “estaban programadas para realizarse junto con el Ejército y había presupuesto para empezar a hacer las pruebas”, dice la doctora Luisa.
Finalización del proyecto
El proyecto terminó antes de poder ensayar la eficiencia de las ratas en terreno real.
Además de las dificultades mencionadas antes, hubo una que fue muy particular para el caso del laboratorio en una institución que no es puramente académica. Esta fue la escasez de personal y la escasez de personal calificado. “Era para que tuviéramos al menos 15 o 20 personas en el laboratorio, estábamos entrenando 60 animales al tiempo y realmente en el laboratorio éramos 3 patrulleros y yo”, recuerda la veterinaria Luisa Méndez. Si había un evento científico ella tenía que ir, si había una feria de ciencia y tecnología, se turnaban. Alguno se quedaba en el laboratorio dándoles comida a las ratas y los otros hacían la demostración en los eventos. Se rotaba mucho personal porque no eran científicos ni técnicos, eran patrulleros, “algunos de ellos que habían llegado por castigo ahí, eran guías caninos o carabineros que estaban castigados, les quitaban el perro y los mandaban para el laboratorio de conducta”, recuerda Luisa Méndez. En estos ires y venires, Luisa dice que tuvo tres personajes muy comprometidos “por ejemplo, el chico al que le ofrecieron la beca en Argentina, él sabía de temperatura, de como medir, de humedad, sabía todo el control del laboratorio”, explica la doctora Méndez.
Hasta esta etapa del proyecto la financiación fue recibida de parte del Ministerio de Defensa, “del área de ciencia y tecnología. Colciencias lo que hizo fue acreditar el grupo de investigación y darnos la categoría C, creo que llegamos a B”, recuerda Luisa Méndez. Esto fue posible durante los gobiernos del expresidente Álvaro Uribe Vélez, sin embargo, de acuerdo con la doctora Luisa, con el cambio de gobierno y el inicio de los acuerdos de paz se esperaba que las FARC entregaran la ubicación de las minas por lo que no se le dió más presupuesto al proyecto.
Aún con dinero por ejecutar, la investigación terminó abruptamente por diversas razones que no aborda este artículo. Sin embargo, la investigadora Luisa Fernanda Méndez Pardo tuvo que hacer algo que para cualquier investigador sería impensable: botar el trabajo de años a la basura, Luisa tuvo que sacrificar 35 animales de investigación, “animales que ya estaban haciendo rastreo en campo controlado. Las mamás de las crías que hacían autoaprendizaje, métalas de a dos, sacrifíquelas, páselas a una bolsa roja. Ese día dije no más, esto acabó para mí. La investigación salió del campo público y desapareció”, recuerda Luisa Méndez. Luego de terminar esa tarea, terminó en urgencias médicas y en el 2016 renunció.
Méndez dice que “esto la quemó como investigadora”, pero los resultados obtenidos eran tan prometedores y no sólo para buscar minas antipersonal, que queda la duda ¿qué habría pasado si el proyecto se hubiera apoyado más, incluso desde la academia? La doctora Méndez planeaba abrir una investigación más, junto a un doctor de México en odorología forense, una técnica que permite rastrear olores de una escena del crimen con perros u otros animales, en este caso con ratas. También en un segundo congreso en Brasil, Luisa logró acordar colaboraciones, “con Argentina el intercambio era que nosotros les enseñábamos a entrenar ratas y ellos nos enseñaban neurología forense”, recuerda la doctora Luisa Méndez.
Esto ya hace parte de las memorias de Luisa Fernanda Méndez, porque los artículos con los datos nunca vieron la luz, muy pocas publicaciones quedan de medios de comunicación y uno que otro en revistas académicas, sobre todo porque ella los ha guardado como un recuerdo de sus años de trabajo con el proyecto Rattus. Actualmente, la doctora Méndez se dedica a la veterinaria, en el área de conducta.